Me despierta el canturreo de una gaviota. Al abrir los ojos me doy cuenta de que no estoy en mi casa. Asomo la cabeza para mirar la litera de abajo, y la veo. Tiene los ojos cerrados y respira lentamente: sigue dormida. Tan tranquila, tan inocente y tan confiada que me recuerda a un angelito. Entonces sonríe en sueños. ¡A saber lo que estará soñando! ¿Será la princesa de un cuento? ¿Esa que pierde zapatos por todos lados? ¿Estará bailando con algún príncipe azul? Entonces recuerdo que ella no necesita soñar con cuentos de hadas, porque ya es feliz con su príncipe. Un príncipe especial... Un príncipe que se queda embobado 35416854 veces al día, que es un poco patoso, que no puede acabar el día sin ninguna mancha en sus ropas, que no escucha música clásica, ni canta como los ángeles... Pero es el príncipe que ella ha escogido. Él es ese príncipe azul con el que ella siempre ha soñado. Ese príncipe azul que recorre todo el reino en busca de su princesa. Ese príncipe que la protege, que la ama y que la quiere más que a nada en este mundo. Porque ahora, ella ya no sueña con cuentos de hadas. ¿Para que soñar, cuando la realidad es aun mejor?
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