El viento susurra nuestros nombres, mientras el agua acaricia nuestros pies descalzos. Paseamos por una playa eterna, cogidos de la mano. Entonces dices que ya estas cansado y te dejas caer en la arena, te estiras y cierras los ojos. Yo me siento a tu lado, y te miro. Contemplo cada milímetro de tu piel. Me fijo en tus pestañas, en la comisura de tus labios... Entonces abres los ojos, me miras y me sonríes. Me acerco a ti lentamente hasta que nuestras bocas están a pocos centímetros, y te miro a los ojos. En ese instante deseo poder parar el tiempo. Quedarme eternamente así, tan cerca de ti, cerca de tu mirada... Y me besas. Tus labios cálidos rozan los míos, con suavidad. Tu mano recorre mi espalda, provocandome un escalofrío. Cuando nuestras bocas se separan, apoyo mi cabeza en tu hombro, cerca de tu cuello. Escucho el latido de tu corazón, que va al compás de tu respiración. Cierro los ojos y me relajo. Me quedo dormida, hasta que una ola juguetona nos alcanza, dejándonos empapados. Entonces, una vez más, vuelves a darme un beso, pero esta vez más salado y a la vez más dulce que los anteriores.
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